La constelación de imágenes que se presenta en este montaje tiene como protagonista el rostro de la feria Artbo, el personaje que anuncia año tras año las fechas del evento como voz autorizada, y cuya performatividad y puesta en escena hablan por sí solos. Desde el año 2012 María Paz Gaviria, hija del expresidente Cesar Gaviria, coleccionista y dueño de la galería Nueveochenta, se estableció en la influyente posición de directora de la feria Artbo. Siguiendo el perfil de la actual directora, publicado en la página web de La Silla Vacía, la historiadora del arte forma parte de lo que el portal de periodismo independiente denominó “Los superpoderosos del arte nacional”, un listado de agentes del campo de las artes visuales obtenido a través de entrevistas a artistas, gestores, consultores de arte, académicos, curadores, coleccionistas y colegas. El elemento de medición fue la definición de poder acuñada por el escritor Robert Kramer: “El poder consiste en la posibilidad de definir lo que es real. La definición de la realidad es una construcción política”. A esto, la página agrega:
A la posición de María Paz, se le suma el poder de su padre. Además de su incidencia en el mercado desde su rol como directora de la feria, la galería de su padre tiene como clientes a algunos de los personajes más poderosos del ámbito nacional. Dada su influencia en general, lo que él compra termina algunas veces creando tendencias en el mercado. Adicionalmente, César Gaviria preside la junta directiva del Museo de Arte Moderno de Cartagena.[1]
Así, utilizando sus múltiples y diferentes bases de poder, personas de élite como los Gaviria se encuentran en una posición privilegiada para participar en el patrocinio del arte, haciendo que su capital cultural se transforme en capital social de conocimientos y contactos que, a su vez, pasa a estar al servicio de la acumulación de capital económico. Isabelle Graw en su texto también habla del concepto de capital cultural de Pierre Bourdieu, quien entendía el arte como una economía de bienes simbólicos que sirve, entre otras cosas, para mejorar la riqueza material real de una persona. Entonces ese capital «real» siempre va a estar oculto o es intercambiable dentro del capital cultural. Es una tendencia «economicista» que enfatiza en nociones como las fuerzas de producción, intercambio, acumulación y el tipo de antagonismos entre artistas y comerciantes que insinúan una versión de la política de clases en el mundo del arte. Además, la autora explica que el valor estético es establecido por chismes, juegos de fijación de precios e intercambio de «obsequios» monetarios e informativos entre marchantes de arte, coleccionistas, y artistas-productores que se reúnen en la misma “cultura empresarial»[2]. De este modo, los miembros de esta élite tienen mucho peso al actuar como guardianes o controladores del tráfico de arte. Así, y pensando en la manera como se enuncia el arte contemporáneo desde el registro de lo visible, salta a la vista la cara de la feria, María Paz Gaviria, una mujer de élite que cuenta con méritos académicos en historia del arte, así como una experiencia en galerías importantes, lo que me permite establecer un vínculo entre arte y élite para el presente análisis. Con este panorama, viene pertinente el análisis que William López plantea en su texto “El Museo de Arte Moderno de Bogotá entre 1962 y 1967”[3], ya que funciona como punto de comparación con la emergencia del arte moderno y, en particular, del Museo de Arte Moderno de Bogotá. Desde una perspectiva histórica, el autor le permite al presente análisis ver la recurrencia de la triada arte, élite y economía, al ver que desde los años sesenta persisten dinámicas de exclusión simbólica y material propiciadas por los grupos dominantes dentro del campo artísitico, político y religioso. Así, aunque son coyunturas distintas y, en este caso la mediación es una feria y no un museo, la estructuración del campo persiste en el tiempo. Un de los aspectos con mayor persistencia son las relaciones de poder en el campo, bajo las cuales ciertos agentes en posiciones privilegiadas logan instituir y configurar una forma y una estructura de poder del arte, convirtiendo al campo en un complejo espacio social, distribuido por contradicciones y luchas por el control en un histórico intento por articular las demandas del capitalismo en el ámbito específicamente cultural.
De esta manera y en sintonía con el montaje anterior, con la triada arte, élite y economía en el centro, a las empresas y entidades privadas les ha resultado mucho más fácil entrar en el espacio del arte contemporáneo, donde su presencia parece natural y legítima. Su presencia participa de una dinámica de perpetuación a través de los currículum vitae de artistas, que sin duda incluirán las exhibiciones privadas de las que han hecho parte, ya sea como artistas jóvenes en Artecámara, si cuentan con la representación comercial de galerías que pueden pagar un stand en Artbo, o en las salas de exposición de la CCB localizadas en sus diferentes sedes empresariales, cuando es evidente el prestigio y relevancia que parece tener el formar parte de una curaduría que opera bajo estas condiciones. Así, vuelven a ser pertinentes las palabras del curador de Artecámara para el año 2013: “es innegable que, ante el progresivo debilitamiento de las instituciones colombianas en la última década, el mercado se ha convertido en el principal escenario de legitimación para los artistas colombianos jóvenes.”[4] A esto se suma la pregunta por los significados que puede adoptar una obra de arte en el medio social del espacio comercial, es decir, los modos en que el éxito comercial es capaz, y lo ha sido a lo largo de la historia, de generar valor simbólico (posteriormente el valor simbólico generará valor de mercado). En este sentido, Graw agrega que lo que se ha visto en el boom del arte es un empeoramiento gradual de una situación en la que incluso el público experto, los especialistas del arte, permiten que su propio juicio sea influenciado por los altos precios. Como consecuencia, los artistas crean una marca comercial con su firma, obtenida tras la participación, aprobación, conformidad y consentimiento de estructuras establecidas por una élite empresarial, con intereses privados, pero protegida y enaltecida por instituciones de carácter público.
[1] La Silla Vacía, “María Paz Gaviria, Directora de Artbo” actualizado el 2 de Febrero de 2017.
[2] Isabelle Grau, “¿Cuánto vale el arte? Mercado, especulación y cultura de la celebridad”, Buenos Aires: Mardulce, 2013. pp. 29-218
[3] William López, El Museo de Arte Moderno de Bogotá entre 1962 y 1967. Apuntes para una historia de los museos de arte en Colombia. Procesos, Revista Ecuatoriana De Historia, Julio de 2018.
[4] Sebastián Ramírez, Curador Artecámara. Catálogo de Artbo correspondiente al año 2013.