Meta identidades

Internet se describe como la autora perversa de la pérdida de identidad, pero cada día dependemos más de nuestras identidades digitales, de muchos modos somos fieles a ellas, son una posibilidad de estar presentes en el mundo y a través de ellas podemos comunicarnos y manifestar una identidad analógica, a partir de proyecciones en constante cambio y evolución. Hemos entrado en una era en la que la identidad humana se ha vuelto un compuesto indisoluble entre lo físico y lo digital. Así, contrario al postulado en el texto de Schultz, en el que la internet, al ser una estrategia de resguardo, puede reemplazar nuestra propia identidad y posteriormente emplazar otras identidades nuevas en un mismo individuo, podríamos pensar más bien en que al ser humanos maquínicos, atravesados por experiencias expandidas del ser, nuestra relación con esos otros no humanos es simbiótica, son ellos a partir de quienes nos construimos constantemente con el uso de meta identidades, en las que converge el real físico y el real digital. De este modo, sería casi imposible pensar en una identidad independiente y singular en cualquiera de las dos dimensiones, no se trata de una adición o de una capa pixelada en el multiplano de nuestra estructura experiencial de vida, sino de un continuo, en el que ningún polo o cara es la identidad real, que se diferencia o superpone de otra que es falsa.

Así, a través de experiencias digitales que atendemos todos los días nos definimos, las elecciones que hacemos, los medios de expresión a nuestra disposición y el relacionamiento algorítmico con un mundo digital que nos lee, nos observa, nos analiza, nos vuelve valor de cambio, nos impone un rol en la economía y nos brinda herramientas para comprendernos en los tránsitos más íntimos de nuestra mutabilidad, en diálogo con la del resto del mundo. En este punto ya no hay vuelta atrás, los sistemas digitales continuarán definiéndonos y extendiendo nuestra experiencia a escalas y complejidades mediadas por una meta identidad en constante construcción, en un mundo en el que “somos el producto”, como ya nos ha advertido el artista y científico computacional Jaron Lanier. ¿Qué pasaría entonces en un paisaje poshumano en el que podamos reclamar nuestra identidad digital y sus procesos de conformación, desde los más pequeños a los más grandes, sin anuncios, ni propagandas, sin estar mediados por la categoría de “consumidores”, para recobrarle un sentido dialógico profundo con nuestra vida análoga, en el que se desdibujen los valores establecidos enmarcados en el consumo y en la acumulación capitalista?

Para esto, el texto de Schultz resulta bastante iluminador al señalar las diferencias y similitudes en el continuo análogo/digital, por ejemplo en el campo del aprendizaje, a partir de la experiencia, la creatividad en la toma de decisiones, la resolución de problemas, el aprendizaje sobre la experiencia propia, la auto-conciencia y la capacidad de comprensión empática. Esto se considera como la identidad de lo humano, expresado en el real de carne y hueso, surge entonces la pregunta sobre las posibilidades de comprender nuestro propio organismo en ese mismo funcionamiento en red, en el marco de una naturaleza en la que han variado los fenómenos históricamente. Respecto a esto es importante señalar que los cambios de paradigma sobre las identidades de lo humano se deben a motivaciones diversas, no excluyentes, como el reemplazo de teorías, precisiones científicas, transformaciones en las costumbres en un momento histórico, en una sociedad y, en general, todas las situaciones que reposan sobre definiciones, derivadas unas de otras, en el entramado conceptual de unos términos empleados, cuyas definiciones referenciales pueden buscar distanciar a los humanos de las máquinas o, por el contrario, acercar estos dos universos.

La autoconciencia y el auto reconocimiento, nuestros cuerpos, sus sistemas y los sistemas más amplios como los sociales y culturales funcionan sobre la conectividad, la flexibilidad y la plasticidad. Esta red es la trama de interconexiones donde surgen las propiedades emergentes y es la base estructural de toda interrelación. Es la única forma del auto reconocimiento mediante la intersubjetividad, vinculada con la creatividad. ¿Cuáles serían las posibilidades de auto conciencia en las máquinas, teniendo en mente que la tecnología es una forma de conectividad y de autopercepción en constante cambio? Sin duda la cibercultura implica un debate infoético que nos permita mover la frontera entre lo digital y lo físico, en cuanto a la configuración de identidad y a los niveles de conciencia asociados a los mass media. La búsqueda sería la desbloquear las limitaciones y comprendernos en nuestro continuo identitario, más allá del consumo y la acumulación, para apropiar en el debate las consideraciones sobre la empatía, entendida como afectividad compartida, esto es, la capacidad de situarse en el lugar del otro y finalmente, la inteligencia situada, como la capacidad de estar en un mundo de significación compartido.