Blanqueo ecológico y crisis medioambiental

Con el proceso de globalización neoliberal-imperial llevado a cabo durante las últimas décadas, muchas de las relaciones sociales se han visto profundamente transformadas, esto visto desde un interés por las prácticas cotidianas de la gente, y con un enfoque específico en el ámbito de la movilidad, la alimentación o del consumo de energía. En su texto, Brand nos propone que sólo es en las relaciones entre las fuerzas sociales y en las prácticas cotidianas que se podrían rastrear los factores determinantes centrales de la crisis ecológica y sus patrones de manejo desde el poder. En este sentido, se entiende que con el neoliberalismo y con el modo de vida imperial, muchos aspectos de la cotidianidad fueron reorientándose hacia la eficiencia económica y hacia la competitividad internacional. Con esto también se observa que este proceso enmarcado en el mercado global no se limitó al ámbito de la acumulación capitalista, sino que también moldeó las relaciones sociales, las instituciones, el Estado y sobre todo, los recursos naturales y el modo de apropiarlos.

En el texto, el autor hace un recuento de la crisis medioambiental desde los años 30 con el modelo imperante fordista, posteriormente, en los años 70, su crisis, y el desarrollo del modelo post-fordista basado en una extensión de los horarios de trabajo y en el aumento mundial del número de asalariados. Con esto, se llega a un argumento que defiende la crisis medioambiental como consecuencia inmediata de las tendencias destructivas inherentes al desarrollo capitalista y a sus patrones de producción y de consumo, todo lo que en conjunto constituye un régimen de acumulación donde prevalecen las fuerzas de dominación en el entramado de relaciones, y que posteriormente termina siendo una crisis en los modos socioeconómicos de apropiación de la naturaleza desde las prácticas culturales, muchas de ellas inmersas en la cotidianidad.

En este sentido, resulta un poco contradictorio que un fenómeno ampliamente reconocido, que invita al cambio radical en las formas de relacionarnos con los recursos y que ha generalizado una alta consciencia dadas las consecuencias irreparables, tenga tan pocas alternativas desarrolladas hasta ahora, más allá de las formas de subsistencia ya establecidas. Ya con la crisis de los años 70, las políticas neoliberales se fortalecieron en muchos países, pero los movimientos sindicales y laborales que pedían mejores condiciones, un mejor trato, y la implementación del derecho laboral y de empleo, perdieron toda su fuerza. Esto visibiliza los procesos internos estatales que desde intereses de dominación se han quedado cortos en el empleo y formulación de mejores condiciones para los trabajadores, lo que permitiría entrar en una nueva faceta de acumulación capitalista. Además, no fue en vano que durante la mencionada crisis socioeconómica y política se haya instaurado la politización de la crisis ambiental con sus correspondientes instituciones a las que los diferentes sectores industriales respondían con la promoción de estrategias pensadas desde la sostenibilidad, sin embargo, todas estas iniciativas seguían enmarcadas en políticas neoliberales desde las que se evidencia una selectividad institucional preocupada principalmente por los intereses del mercado, justamente lo que conllevó a una posterior privatización de los recursos, y a una desregulación dentro de la re-regulación[1].

Es así como la contradicción se comienza a disolver desde la evidente implementación de estrategias de “blanqueo ecológico”[2], pero nada que realmente genere cambios entre las elites globales, en el modo de vida imperial y en el establecido régimen de acumulación. En otras palabras, aunque la consciencia de la crisis medioambiental ha sido reconocida por muchos sectores de la sociedad, la solución dada por las políticas ambientales resulta inefectiva al estar formulada desde los intereses del norte global cuyo foco principal es la competitividad y mantener el imaginario de un estilo de vida atractivo y de bienestar, donde “bienestar” se entiende sólo como crecimiento económico, lo que termina incentivando un crecimiento en la producción y en el consumo en términos de oferta y demanda. Todo esto se reduce, entonces, a un mundo en el que el grueso de la población vive de la explotación de los recursos naturales.

Hoy más que nunca vemos cómo el capital ha modificado las condiciones medioambientales de su propia reproducción dentro de un contexto de consecuencias como el cambio climático y las mutaciones, que pueden ser involuntarias, desde ciertos razonamientos, pero voluntarias desde los trabajos en los que grupos como el Club de Roma en los años 60 ya lo venían advirtiendo, esto adicional al trasfondo de fuerzas evolutivas autónomas que constantemente reconfiguran unas condiciones ambientales[3]. Es posible que en el marco de una crisis global y en vista de un creciente interés por los modos de extraer capital de los recursos naturales, todos los que hasta ahora son en su gran mayoría inadecuados, se puedan identificar algunas estrategias y políticas preocupadas por el correcto uso de estos recursos. Adicionalmente, no podemos perder de vista que son las condiciones ambientales las que posibilitan el modelo económico, pero con las dinámicas de consumo contemporáneo, se pasó a un “sobreconsumo” que desempeñó un papel fundamental en la posterior degradación ambiental, y bajo las condiciones que nos vemos obligados a enfrentar, resulta inservible, además, demuestra que de sus grietas y vulnerabilidades se desprende un mundo de consecuencias entre ellas la difusión de una pandemia.


[1] Castree 2008, en Brand, Ulrich, “Environmental Crises and The Ambiguous Postneoliberalising Of Nature” 2009, Postneoliberalism – A Beginning Debate.

[2] “greenwash”

[3] David Harvey, “Política anticapitalista en tiempos de Covid-19” publicado en sinpermiso.info, Marzo 20-2020

Brand, Ulrich. 2014. Crisis socioecológica y modo de vida imperial: Crisis y continuidad de las relaciones sociedad-Naturaleza en el capitalismo. Saskab. Revista de discusiones filosóficas desde acá. 7, pp. 1-17.

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