Enfoques cosmo-ecológicos del Bioarte

Las artes plásticas contemporáneas, en su libertad de explorar el potencial creativo subyacente de las posibilidades dialógicas entre lo orgánico y lo digital, están llamadas, desde los estudios multiespecie, a construir estructuras discursivas capaces de ofrecer perspectivas críticas sobre su condición de objeto de lujo, fuertemente enlazado a los sistemas de acumulación y consumo capitalistas. La cultura y el arte son inseparables de su contexto de producción y son partes integrales de la sociedad. En este sentido, si el modelo neoliberal estructura ciertas sociedades, en una sociedad donde los procesos de mercantilización son dominantes, todo lo que excede estos procesos pasaría a ser marginal, socialmente irrelevante o próximo a ser mercantilizable. De este modo, vale la pena pensar en procesos de un Bioarte que no solo permita entender las posibilidades de dialogo entre lo orgánico y lo digital, sino que proponga unas comprensiones otras, de un Bioarte anti-consumista, enfocado en su potencial reflexivo y dialógico con la sociedad y el medio ambiente.

Siguiendo los postulados de Dooren y anclándolos a un Bioarte contemporáneo que cultive curiosidad e interés, para aprender desde las posibilidades de un devenir que entiende y se preocupa en órdenes no lineales, sería importante re-orientar la forma en la que los modos convencionales de producción artística y su consumo operan bajo el capitalismo actual, y se vinculan a la denominada “Sociedad del espectáculo”[1]. En esta línea, el arte relacional, que se enfoca en proponer maneras de producir relaciones sociales y no objetos de consumo individual, juega un rol fundamental en esta propuesta encaminada a ver el Bioarte como la tensión y el conflicto entre la autonomía y la heteronomía en el arte, siguiendo el concepto de régimen estético de las artes del filósofo Jacques Rancière[2], en el que las obras siempre están en conexión a un agenciamiento con otra cosa que emancipa el arte mismo del lugar tradicional en el que la obra ya no es bella en función de la armonía consolidada por el antiguo régimen representativo.

Igualmente, partiendo del arte de observar propuesto por Dooren, habría que pensar un Bioarte que se abra a conocer al otro, en su particularidad íntima y que logre comprender y descubrir maneras de responder a esa otredad, para que de allí emerjan florecimientos mutuos, así, la relación entre el arte y la vida deja de ser lineal, para ser medida por los procesos de conocer y vivir, ambos interdependientes y estrechamente unidos el uno al otro. Sin embargo y siguiendo al autor, no se trata tampoco de crear una planicie amorfa, sino de reconocer la fragilidad y la porosidad que hay en el límite entre naturaleza y cultura, no como el colapso de la una en la otra, sino como el arte de observar las diferencias en todos sus niveles. Vale la pena prestarle atención a los modos en los que los ejercicios epistémicos de diferenciación configuran el mundo y las formulaciones artísticas, con esto en mente, la especificidad y proximidad de las conexiones y vínculos que descubrimos, determina el carácter transitorio de su espectáculo y las infinitas posibilidades de una mercantilización, enfocada en objetos reflexivos, que desdibujan los límites de esa objetivación mercantilizable a lo largo de sus capacidades relacionales.

En esta línea se hace evidente la capacidad afectiva y conceptual de trastocar los órdenes sociales establecidos que hay en la complejidad de una obra. En el Bioarte, la búsqueda es por consolidar unas prácticas artísticas, que relacionen al arte con la biología y la tecnología, no obstante, sería casi necesario que esta búsqueda se posicione desde unos modos no convencionales de producción y de mercantilización, y que se establezcan en el marco de unas redes de cuidado[3], de respeto por la vida y que estén en equilibrio con el medio ambiente. Además, se trata de explorar la naturaleza experimental en la plástica, cuyo potencial está en la modificación de procesos históricos y culturales, pero también éticos. Aquí entra en la reflexión obras como “Alba” del artista científico Eduardo Kac, ya que ésta le otorgó un reconocimiento polémico, al tratarse de un conejo fluorescente, tras modificaciones genéticas, en las que combinó una medusa del pacífico con un conejo albino. Si bien su exploración da cuenta de los avances tecnológicos de su tiempo, siendo esta una de las principales búsquedas del Bioarte, si retomamos los regímenes de comprensión del arte propuestos por Rancière, el régimen ético nos llama a cuestionarnos sobre aquello que se hará con una imagen y los efectos que provocará:

“Las imágenes dan a los niños y a los espectadores ciudadanos una cierta educación y se inscriben en el reparto de ocupaciones de la polis. Es en este sentido que hablo de régimen ético de las imágenes. En este régimen se trata de saber en qué medida la manera de ser de las imágenes conciernen al ethos, a la manera de ser de individuos y de colectividades. Y esta cuestión impide al “arte” individualizarse como tal.”[4]

Por lo tanto, aunque no se trata de condenar al arte a la pedagogía, es pensarlo, desde las prácticas ontológicas, como maneras de hacer que, posteriormente, se manifiestan en las narrativas que conforman el mundo. Así, el Bioarte como lenguaje artístico, pararía a ser un dispositivo configurador de la realidad, que nos plantea unos modos específicos de percibir, pensar y sentir, todos ellos generadores de subjetividades y de otredades. En este punto y tomando en consideración la era geológica actual, determinada por la agencia humana, es preciso preguntarnos por nuestras relaciones con los no-humanos y ¿cómo se diferencian las prácticas de cuidado en el Bioarte entre los miembros de nuestra misma especie y los de otras especies? aquí podríamos analizarlo en diálogo con el humanismo y la modernidad, ya que de ahí emergen múltiples asimetrías de poder racial y de género, ¿cuál es el co-devenir constitutivo de una especie, atravesada por unas materialidades relacionales constitutivas de un real, que sobrepasa las categorías modernas de “naturaleza” y “cultura” en las que se origina una segmentación vigente hasta nuestros días?


[1] Guy Debord introduce el concepto de “sociedad del espectáculo” en relación dialógica con el concepto de “fetiche de la mercancía” de Marx, para profundizar en el estudio de las relaciones en la sociedad moderna y la influencia que allí tienen los medios de comunicación.

[2] Rancière propone tres regímenes para la comprensión del arte, el régimen estético, el régimen representativo y el régimen ético.

[3] Retomo el concepto de cuidado en el marco de la “economía del cuidado”, una noción feminista sobre las formas de organización de la reproducción social en las cuales se incluyen numerosas prácticas cotidianas enfocadas en reparar, continuar y mantener el mundo.

[4] Rancière (2000). Le partage du sensible. Esthétique et politique. Paris: La Fabrique.

9 comentarios en “Enfoques cosmo-ecológicos del Bioarte”

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