La creatividad del lenguaje

Partiendo de la propuesta teórica de Donna Haraway, vemos la posibilidad de reconocer los procesos de subjetividad en la identidad humana como resultado de concepciones sobre un carácter de la realidad común entre lo orgánico, lo técnico y lo textual, es decir, una ontología relacional, bajo la que se articulan y pasan a ser sistemas capaces de funcionar en interconexión a partir de un modelo de lenguaje común, que sería el código. Esto hace que los límites entre las identidades de estos tres elementos sean muy difusos, pero logra que los modos de vínculo se multipliquen. A esto se articula la crítica al sujeto moderno para quien el problema de su configuración radica en su excepcionalísimo y esto se acentúa fuertemente dada su constante cohabitación con entes no-humanos. Así, ya que sus límites no pueden ser claramente definidos y sus modos de relación con lo no-humano superan las dicotomías sujeto/objeto, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, se abren las posibilidades desde la heurística y desde los sistemas generativos para comprender a este sujeto moderno a partir de la creatividad de sus sistemas, igualmente maquínicos y estructurados, uno de ellos el lenguaje.

En esta línea y en paralelo a la inteligencia artificial evolutiva que se transforma de manera impredecible y automática, el lenguaje igualmente cambia progresivamente y, así mismo, puede producir grandes sorpresas, todo esto se da a partir de procesos interactivos, similar a las mutaciones genéticas. En la IA hay un limitante que es su espacio de posibilidad, en el lenguaje, aunque hay unas estructuras lingüísticas que funcionan como los modos de autoorganización en los organismos bilógicos, éste sigue siendo un fenómeno creativo, flexible y cíclico que se puede comprender bajo los postulados categoriales de Boden frente a creatividad psicológica, como histórica, es decir, la filogénesis, o individual, esta es la ontogénesis.  Con este panorama, la noción de cognición distribuida puede explorarse desde las posibilidades metacognitivas distribuidas[1] que posibilita el lenguaje, para entender también las dimensiones metafísicas de una visión relacional, que también se puede plantear desde la crítica al sujeto moderno, para así ver las posibilidades del sujeto poshumano. En este sentido, las representaciones ontológicas que posibilita el lenguaje, expanden ese universo a un pluriverso y nos permiten ver esa liaison entre entes biológicos y entes maquínicos, posicionándonos a partir de un enfoque meta, bajo el que el sistema maquínico da sentido a las posteriores prácticas ontológicas del sujeto.

En este sentido y recuperando los postulados categoriales de Arturo Escobar, en primera instancia la ontología se refiere a las premisas que un grupo social mantiene sobre las entidades existentes en el mundo, no obstante, el concepto evoluciona y se autoorganiza[2] al proponernos la posibilidad de vínculo con las prácticas, y nos muestra cómo esas ontologías actúan a través de prácticas, superando el estado de imaginario y de representación, para, finalmente, ver cómo este conjunto sistémico se manifiesta en historias o narrativas que materializan el tipo de entidades y de relaciones que conforman el mundo, aquí entrarían los mitos y los rituales de creación. Sin embargo, y retomando a Flusser, en Zerené, podemos ver cómo ese medio maquínico lingüístico, le permite al humano explicar el mundo y orientarse, para luego metabolizar eso que el mundo le presenta, a través de ese medio comunicativo. En esta lógica, es fundamental entender el lenguaje como un dispositivo configurador de la realidad, que condiciona nuestros modos de percibir, pensar y sentir, y nos propone unas relaciones instrumentales distintas, que son igualmente generadoras de subjetividades y de otredades.

Con esto en mente, ocurre una suerte de disolución de los límites epistémicos, que da paso a nuevas ontologías a partir de una metacognición distribuida, para generar vínculos entre los humanos y los entes maquínicos, desde la propuesta conceptual de Zerené, nodos de relaciones en la red interconectada del ecosistema natural-cultural. Igualmente, el sistema lingüístico como máquina comunicativa, también podría considerarse como un sistema vivo, retomando el concepto de metabolización, como aquello que determina lo vivo, ya que (1) depende de una energía, esto correspondería al uso cultural, a su creatividad y evolución; (2) debe reservar su energía disponible, esto puede ser relativo la a inteligencia de enjambre aplicada a los seres vivos y, finalmente, (3) debe regular esa energía para autoorganizarse y renovarse, que puede entenderse como los conocimientos que se materializan en objetos físicos y se reproducen culturalmente. Así, en el presente ensayo se refleja la creencia de que todo en el mundo, real o imaginario, es el resultado de una evolución, en el marco de una singularidad de tercera generación biológica, independiente y flexible que logra articular todos los fenómenos de la naturaleza en redes de interacción, en las que cada sistema depende de los demás sistemas en su entorno.


[1] Si la cognición distribuida, según Edwin Hutchins, refiere a los humanos y al hecho de que normalmente actúan en ambientes donde la cognición se distribuye entre una variedad de actores, humanos y no-humanos; la metacognición distribuida hablaría de los modos en que el lenguaje nos configura la realidad preindividual, individudada y transindividual, bajo procesos de introspección, dependientes del sistema lingüístico y de las redes ontogenéticas que de este se despliegan.

[2] La autoorganización como la capacidad creativa de los organismos biológicos para estructurarse a sí mismos. Se trata de algo homogéneo, que parte de un orden para lograr un orden nuevo estructurado, es decir, moldea cuerpos completos, por ejemplo el cerebro, a partir de lo evolutivo y del aprendizaje no supervisado, donde lo aleatorio es posible. Estas conexiones de red maximizan la información que se transforma en cada etapa, por lo tanto, los artefactos autoorganizados se pueden encontrar en cualquier parte. Como tipos de autoorganización se destaca: la evolución filogenética, embriogénesis, metamorfosis, desarrollo cerebral y formación celular.

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