Las posibilidades de una alteridad afirmativa

El concepto de subjetividad, como elemento configurador de los paisajes poshumanos, se presenta en el texto de Zerené como un punto de inflexión para dar paso a nuevas subjetividades e intersubjetividades a partir de la relación entre lo humano y lo no-humano. Se trata de una propuesta de ontología relacional, pensada desde los elementos heterogéneos que conforman nuestros ecosistemas, uno de ellos el ecosistema mediático, del que se despliegan relaciones entre imagen, discurso, leguaje, hábitos mentales y redes interconectadas por nodos transversales entre naturaleza y cultura. En esta misma línea, Boden nos plantea relaciones con la vida artificial que dialogan y redefinen esa crítica al sujeto moderno al sugerirle modos en los que su vínculo con los entes maquínicos no siempre tiene que limitarse a la idea desesperanzadora en la que las tecnologías van en contravía de la vida humana.

Bajo esta óptica y retomando las propuestas de Haraway en las que la identidad humana es resultante de redes interconectadas y vínculos sociales e históricos entre entes maquínicos y humanos, se abre la posibilidad de descentrar la agencia y ver, en la máquina, el espacio para la alternativa, para el surgimiento de nuevos comportamientos, de nuevas estructuras y de prácticas expandidas[1]. Igualmente, se trata de permitirnos explorar, redescubrir y reescribir los modos en que lo orgánico dialoga con lo maquínico para, desde esa integración latente, ver al humano, en analogía a la cibernética, como otro sistema de procesamiento de información. De este modo, al ser el organismo visto como un mecanismo, comprendemos que forma y contenido se vuelven una unidad, como la mente y el cuerpo en Spinoza, y el adentro y el afuera en Deleuze.

Así, todas las entidades se recompondrían, para su estudio, en sistemas de comunicación o redes nodales, en el marco de una ontología relacional, que posibilita un igualitarismo biocentrado entre lo orgánico, lo técnico y lo textual. De esta forma se pueden ver modos de rechazo al individualismo liberal, que nos dejan entender esos límites difusos como albores de interrelación con esas otredades, configuradas en relaciones dialécticas del sentido de la identidad. A esta reflexión corresponde el modelo de ciborg en Haraway, que nos deja manifiesta la importancia de crear nuevas subjetividades, desde una ontología relacional, que trascienda los límites del imaginario[2] y de la representación[3] para acceder a unas prácticas sociales de fronteras difusas que subvierten las dicotomías hombre/máquina.

Para esto, se propone en el texto algunas categorías conceptuales como la de cognición distribuida, que problematiza el individualismo, “el individuo poshumano debe considerarse como una colección de agentes trabajando en conjunto”; igualmente, está el sujeto como proyecto, es decir, como sistema de relaciones que se resuelven en la intersubjetividad y el sujeto es el punto nodal de una red intersubjetiva de mediaciones e intercambios continuos de información; por último, la cibernética, como modelo estructural de conocimiento en el que la intersección nodal, propuesta por Flusser, es el resultado de relaciones sociales, a partir de las cuales el individuo organiza la información según sus mecanismos de orientación y de configuración de la realidad. Adicionalmente y en la búsqueda de hallar nuevos modos de producción de subjetividades, se resalta en el texto, que el individuo es un proceso y su individuación corresponde a tres fases del ser, correspondientes a los conceptos de naturaleza, individuo y espiritualidad, esto para ver que los procesos de subjetivación siempre se dan en relación con un medio técnico, esto es, relación e intercambio dentro de un sistema que se individúa.

Aunado a eso, son fundamentales los conceptos de Simondon, para quien el sujeto es la coexistencia entre las singularidades pre-individuales y las transindividuales, campos en los que surgen grados de individuación basados en procesos de transducción, es decir, operaciones en las que el individuo lleva su propio desarrollo de una escala de la realidad mayor, a una inferior a él. Con esto en mente, podemos encontrar la esencia de un yo contenida en sus interrelaciones con los otros, según una modalidad rizomática, opuesta a los esquemas de la oposición dualista. Además, los humanos somos seres artefactuales, siguiendo a López y Román, lo que implica que nuestros procesos de subjetivación sean siempre mediados por un proceso técnico. Aquí podríamos pensar el cuerpo como otro factor constitutivo de la subjetividad, donde se superponen redes de  códigos culturales en un conjunto “tecnológico” virtual, autoorganizado que, en reflejo a la ingeniería robótica, nos propone unas condiciones para la superación de la negatividad, desplegando fuerzas cognitivas, afectivas y éticas.

En cuanto a las posibilidades de una alteridad afirmativa, el sujeto individual es resultante de una concentración de fuerzas que se materializan en el espacio y el tiempo, y retomando el concepto de inteligencia de enjambre, vemos cómo se materializan en la mente acciones físicas, artefactos culturales y es allí donde se construye una conciencia de la interconexión con los otros, de modo que en el pensamiento[4] está la posibilidad de crear nuevas herramientas para el relacionamiento y la interacción con los otros y, finalmente, lograr estrategias para entablar las relaciones de afirmación. Así, recurriendo a estas exploraciones sobre las subjetividades posibles, se libera un proceso de formación del sujeto de la negatividad, para reconducirlo a la alteridad afirmativa.


[1] Con el concepto de prácticas expandidas busco hacer alusión a la teoría de imagen expandida en el cine y la fotografía, donde los espectadores no son elementos pasivos y dejan de orbitar por los espacios expositivos, para entrar a modificarlos, así, en las prácticas, se trataría de un sistema constelar en el que se articulan imaginarios y representaciones que se manifiestan como una constelación de nociones simbólicas, de esta forma, podemos pensar ¿cuáles son las prácticas de los no humanos?

[2] Imaginario como vínculo invisible y simbólico que nos liga a un contexto social, que nos constituye como sujetos y que debe ser analizado con base en las relaciones de poder, para llegar a generar los cambios necesarios que permitan apreciar las nuevas formas de corporalidad tecnológica y poshumana.

[3] Representación como las maneras culturales de construirle sentido a objetos ausentes, en imágenes presentes, con la capacidad de modificar la realidad que parecen reflejar.

[4] Aunque desde los postulados conductistas existe una diferenciación entre el pensamiento y el lenguaje, ambos tipos de comportamientos serían aprendidos mediante los mismos mecanismos de condicionamiento. Para Vigotsky, las dos funciones se desarrollan de forma independiente, es decir, se desarrollan en una continua influencia recíproca, pero el lenguaje y el resto de funciones mentales tienen una dimensión interna, mental o computacional con raíces genéticas diferentes, tanto filogenética como ontogenéticamente.

ZERENÉ, J. “Paisaje poshumano: subjetividades distribuidas en el ecosistema mediático” Revista iberoamericana de comunicación y cultura contra hegemónica, (2).

BODEN, M. (2017) Inteligencia artificial. Capítulo 5: “Los robots y la vida artificial” Madrid: Turner, pp.103-118.

4 comentarios en “Las posibilidades de una alteridad afirmativa”

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