Pensamiento Heterosexual, Feminismo Antirracista y Feminismo Poscolonial

Los feminismos representan en ellos mismos una materialidad, una forma presente de significar la realidad a través de diferentes dispositivos y sistemas de significación a los cuales se inscriben, y es a partir de allí que se llevan a cabo procesos de apropiación de sus representaciones[1], resquebrajándose así la noción de invariabilidad en su lucha y de los sistemas de pensamiento que los sostienen a través del tiempo. No obstante, es a partir de las representaciones en el feminismo que se le da una forma a la sociedad y se incide en la manera en que ésta opera, es decir, las estructuras del mundo social son producidas por prácticas sociales, que articulan y permiten estudiar y analizar el contexto, con sus representaciones e imaginarios, siempre en relación con determinada materialidad[2], adicional a la imposición hegemónica a través de las prácticas que las representaciones producen al legitimar un proyecto o al justificar conductas, de modo que se ubican en un campo de disputas de poder y de dominación.

Desde un enfoque poscolonial, los estudios feministas se preguntan por la crítica interna de los feminismos hegemónicos de Occidente que marginalizan los feminismos del “Tercer Mundo” y producen un imaginario de la “mujer del Tercer Mundo” como sujeto monolítico y singular[3]. Teniendo en mente que estos imaginarios cumplen una función codificadora en la crítica feminista y sus fundamentos son la representación que Occidente se ha hecho de estos otros sensualizados, racializados y naturalizados, para autodefinirse en contraposición a su imagen y a su experiencia, los postulados enmarcados en el feminismo occidental constituyen elaboraciones simbólicas, cuya realidad reside en su misma existencia y en su impacto sobre las mentalidades y los comportamientos colectivos. Además, el conjunto de imágenes, configuradas desde ese lugar propio, se sirve de producciones literarias, morales, políticas, de diferentes formas de memoria colectiva y de ciertas prácticas, para sobrevivir y ser transmitido. En este orden y siguiendo a Chandra Mohanty, el primer paso para formular y comprender la ubicación de los feminismos del Tercer Mundo es el análisis de la construcción discursiva de la “mujer del Tercer Mundo”, en el feminismo de Occidente, es decir, los modos de procedencia de una colonialidad predominantemente discursiva, que refiere a las formas de conocimiento acerca de las mujeres en el Tercer Mundo por medio de categorías analíticas específicas[4].

Ya desde los postulados de Spivak[5], veíamos en los estudios subalternos el reclamo de una perspectiva no occidental, marcada por procesos de colonización, por modos de resistencia al paradigma eurocéntrico y la posibilidad de posicionarnos en la crítica feminista con un sentido decolonial, comprendiendo unas realidades políticas y culturales, marcadas por un conflicto basado en el lugar especial que ocupa el denominado Sur global en la experiencia del Norte. Con este antecedente, la lectura de Mohanty nos insiste en la necesidad de posicionarnos desde una crítica que examine las implicaciones políticas de nuestras estrategias y principios analíticos, y que tome en consideración las experiencias coloniales, sus abusos violentos, su injusticia estructural, las vivencias poscoloniales[6], todo esto, a partir de un acercamiento consciente, que apropie las lecciones del pasado, que no pierda de vista las voces emergentes de pueblos no europeos y sus identidades culturales, y que busque ver cómo las mujeres se constituyen a través de estructuras como las familiares y las legales. Además, estas visiones del mundo, construidas a partir de un “utillaje nocional”[7] de signos y símbolos heterogéneos, materiales e históricos, permiten delinear la forma en la que los “feminismos del Tercer Mundo” se resisten y trabajan en contra del discurso feminista occidental, para dar paso a un proceso, por el cual la noción de mujer y sus correspondientes arquetipos, señalan un repertorio de significados producidos e intercambiados entre los miembros de una cultura, que posteriormente se pueden apropiar con el interés de generar estrategias políticas efectivas, que pongan en manifiesto las tensiones del feminismo y del espacio de su sujeto en la sociedad. Adicionalmente, es fundamental tener presente la importancia que tiene la materialidad de estos signos e imágenes, su fabricación y sus formas, pues allí se constituye también un sentido práctico para descifrar las reglas que gobiernan las prácticas de la representación, en la construcción de género, desde el quehacer académico, lo que conforma la condición necesaria y previa a la comprehensión de la representación de dichas prácticas.

Si bien, no todas las prácticas están administradas desde un lugar propio, algunas de ellas dan espacio a la pluralidad y pueden hacer funcionar el orden dominante en otro registro, aunque siempre estén inmersas en el entramado de relaciones desiguales de poder. Con esto en mente y pensando en el sujeto protagonista del feminismo, “La Mujer”, vemos cómo una postura feminista crítica nos permite entender que el sujeto político del feminismo es irremediablemente heterogéneo, dado su escenario de opresión, en el cual se da cabida a sistemas de subordinación, no solo desde el patriarcado y desde la heterosexualidad normativa, sino es igualmente funcional a otros sistemas de subordinación de unas mujeres a otras. Por todo esto, la lucha feminista se trata de “comprender cómo podemos construirnos como iguales, con el dolor de sabernos distintas[8]. De aquí subyacen igualmente preguntas reflexivas por las implicaciones que tiene ser un sujeto subalterno, en cuanto a las construcciones ideológicas de género, en los feminismos de Occidente, donde se mantiene lo masculino como superior en el orden dominante. Es decir, nos preguntamos si el origen de la opresión es la diferencia de género, remitiéndonos a una realidad estructurada a través de divisiones, “dos grupos mutuamente exclusivos y conjuntamente exhaustivos, las víctimas y los opresores”[9], o si la violencia masculina, en este caso, debe ser interpretada y teorizada dentro de los contextos y circunstancias históricas concretas.

En este sentido y a modo de conclusión, el reduccionismo en la teoría feminista configura un problema estructural en las aproximaciones formuladas desde Occidente, en las cuales se distorsionan las prácticas políticas del feminismo y se limita la posibilidad de alianza entre las feministas, cuyo estatus dialógico, siguiendo a Mohanty, se sitúa en diferentes espacios de la sociedad, entendiendo que las prácticas que caracterizan el estatus y el papel que desempeñan las mujeres, varía según su clase social y su cultura; y, siguiendo a Wittig, simplemente es negado, en el marco de un pensamiento denominado heterosexual, que oprime y cancela la posibilidad de la voz y de la construcción de categorías propias. Así y siguiendo este marco teórico, “Mujeres” debe dejar de ser un grupo coherente, ahistórico, estable, fundado en la noción generalizada de su subordinación, simplemente en función de un sistema de producción o unas políticas económicas, porque esto implicaría, por un lado, la colonización[10] de elementos específicos de la existencia cotidiana y de las complejidades en los intereses políticos que representan y movilizan a las mujeres de distintas culturas y clases sociales[11] y, por otro lado, el despojo de la agencia histórica y política de las mujeres del Tercer Mundo, al apropiar las pluralidades de la ubicación simultánea de diferentes grupos de mujeres, en marcos de referencia de clase y étnicos. Adicionalmente, es desde este reduccionismo que estos enfoques perpetúan el paradigma eurocéntrico[12], caracterizado por la dialéctica entre el ego y el “otro”[13], esto es, la lógica binaria relacionada a la identidad de Occidente y la alteridad de sus objetos de estudio. En este margen, el texto de Mohanty es muy iluminador, en cuanto a la representación que plantean los discursos feministas de Occidente, fundamentados en esencialismos y en las diferentes ubicaciones entre centros y periferias, que comprenden un medio discursivo e ideológico crucial, por el cual se perciben procesos sociales, expresados en construcciones cotidianas, definidas en relaciones históricas de producción y reproducción, apropiación y aprobación, y poder y diferencia.


[1] Desde la Historia Cultural, se entiende como Representación, un concepto que constituye la construcción del sentido de un objeto ausente en una imagen presente y que tiene la “capacidad de modificar la realidad que parece reflejar” Chartier, R. Escribir las prácticas, Foucault, De Certeau, Marin. Buenos Aires. Manantial. 1996.

[2] Monique Wittig señala en su texto que el principal orden de materialidad es el del lenguaje, siendo este un orden que está trabajando de arriba abajo y se conecta directamente con el campo político, en el que el conjunto discursivo levanta una confusa cortina de humo para los oprimidos y les hace perder de vista la causa material de su opresión, para sumirlos en una suerte de vacío ahistórico. Es decir, son discursos bajo los que se configura una versión científica de la realidad social, en la que los humanos son dados como invariantes, antihistóricos, no trabajados por conflictos de clase y con una psique genéticamente idéntica para cada uno. Un ejemplo empleado en su texto es el de la pornografía, ya que en su constructo de representación e imaginario se constituye una práctica discursiva problemática en la que las mujeres están siendo dominadas.

[3] Mohanty concluye en su texto, tras el análisis de un corpus en la crítica feminista formulada desde Occidente, que “las mujeres del Tercer Mundo como grupo o categoría se definen automática y necesariamente como religiosas (léase no progresistas), orientadas hacia la familia (léase “tradicionales”), menores de edad (léase “aún no son conscientes de sus derechos”), analfabetas (léase “ignorantes”), domésticas (léase “primitivas”) y, a veces, revolucionarias (léase “¡su país está en guerra, tienen que luchar!”).

[4] Por ejemplo, categorías como religión, estructuras familiares, sistema legal, educación y resistencia política, adicional al concepto de “división sexual del trabajo”, de “género”, de familia, de matrimonio, de hogar, de patriarcado, entre otras. El uso de estos conceptos y categorías asumidas como universales y homogéneas, hace que las prácticas de clase, raza, religión en las mujeres del Tercer Mundo se construya en torno a un falso sentido de comunidad global en la opresión, en los intereses y en las luchas.

[5] Chakravorty Spivak, Gayatari, ¿Puede la subalterna hablar?, 1985

[6] En el texto de Angela Davis vemos cómo los blues grabados por Gertrude Rainey y Bessie Smith ofrecen una mirada privilegiada sobre las percepciones imperantes acerca del amor y la sexualidad en las comunidades negras de la post-esclavitud en Estados Unidos. Las mujeres del blues retaron abiertamente las políticas de género y redefinieron el “lugar” de las mujeres.

[7] Chartier, R. El mundo como representación: historia cultural entre práctica y representación. Barcelona. Gedisas. 1992.

[8] Gloria Anzaldúa en: Flórez, J, Lecturas emergentes: el giro decolonial en los movimientos sociales. Bogotá, Editorial Pontificia Universidad Javeriana. 2015.

[9] Mohanty, Chandra (2008) “Bajo los ojos de occidente” En Descolonizando el Feminismo: Teorías y Prácticas desde los Márgenes, Madrid: ed. Cátedra. (pág. 117- 159)

[10] Explica Mohanty que el término “colonización” denota una gran variedad de fenómenos y constituye en su uso una categoría analítica referida, por un lado, al intercambio económico de explotación, tanto en el marxismo tradicional, como en el contemporáneo; y por otro lado, a las jerarquías económicas y políticas de los discursos particulares sobre el denominado “Tercer Mundo”.

[11] Mohanty, Chandra (2008) “Bajo los ojos de occidente” En Descolonizando el Feminismo: Teorías y Prácticas desde los Márgenes, Madrid: ed. Cátedra. (pág. 117- 159)

[12] Mohanty explica que su análisis refiere a feministas que se identifican cultural o geográficamente con “Occidente” y a feministas que usen estos métodos, incluidas mujeres del Tercer Mundo en Occidente, o mujeres del Tercer Mundo en el Tercer Mundo, que escriben sobre estos temas y publican en Occidente.

[13] En el texto de Monique Wittig, se plantea que esta necesidad del otro diferente es una necesidad ontológica para todo el conglomerado de ciencias y de disciplinas que ella llama “El pensamiento heterosexual”, es decir, la autora propone que la sociedad heterosexual está fundada sobre la necesidad del otro/diferente en todos los niveles.

Wittig, Monique (2006) “El pensamiento heterosexual” en El pensamiento heterosexual, Barcelona: Egales. (Pág. 45- 58).

Davis, Angela (2012) “I used to be your sweet mama” en Feminismos Negros. Una antología, Madrid: Traficantes de sueños. (pág. 135-186)

Mohanty, Chandra (2008) “Bajo los ojos de occidente” En Descolonizando el Feminismo: Teorías y Prácticas desde los Márgenes, Madrid: ed. Cátedra. (pág. 117- 159)

9 comentarios en “Pensamiento Heterosexual, Feminismo Antirracista y Feminismo Poscolonial”

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